martes, 13 de septiembre de 2011

Que la mujer no parezca mujer.


El hombre, y hablo como género, se ha obstinado a lo largo de la historia de eliminar todo aspecto que define a una mujer, lo que caracteriza a las mujeres, y realmente lo que realmente le atrae. Como ejemplos más horrendos tenemos la ablación de clítoris y el planchado de pechos. Este último consiste en presionar con piedras o palos calentados al fuego sobre los pechos de las adolescentes. En cuanto a la ablación de clítoris (se me encoje el estómago tan solo pensarlo), se realiza para evitar que la mujer no sienta deseo en tener relaciones sexuales ni para que las disfrute, mientras que con el planchado de senos se quiere evitar que estos se desarrollen y reducir el atractivo sexual de las jóvenes. Tanto en uno como en otro caso deben subyacer muchos miedos extendidos en estas sociedades del oeste de África, en Oriente próximo y en menor medida en sur América, aunque los mismos sentimientos de anulación de la mujer han existido y existen en todas las partes del mundo.

En casos tan aberrantes debe ser mayor la vergüenza ante la sociedad de tener una hija soltera embarazada, violada o no, que el sentimiento de protección al dolor de sus hijas. Debe ser más la humillación por sentirse “deshonrados” que pensar en las niñas. Aunque la justificación de realizar tales prácticas, e incluso otras medidas menos agresivas, sea “el propio bien de la adolescente”, el principal interés que se esconde es el del propio hombre como tal. Realmente qué es lo que teme. A la mujer se le ha apartado de todo aspecto social desde siempre, en todas las culturas, en todas las épocas, incluso en las de mayor esplendor cultural y político. Ha habido repuntes en los que la mujer ha podido tener algún privilegio más, pero siempre menor al hombre. Pero con esto no quiero abrir el debate de siempre, sino que sigo preguntándome cuál es ese miedo.

Llego a pensar (y pensando mal) que ningún hombre quiere que ni a su mujer ni a su hija la llamen o la consideren “puta”. Pero el problema es que existe una facilidad asombrosa para utilizar este calificativo. Si una mujer casada habla con un hombre que no es su marido. Es una puta. Si la novia de uno se ha enamorado de otro. Menuda puta. Expresiones como “todas son unas putas”, o “menuda guarra tiene que ser esa tía en la cama”. Lo peor es que ya no lo piensen los hombres, sino que también se ha extendido entre las propias mujeres. Porque no es raro escuchar a mujeres llamar putas a alguna amiga. Y doy por sentado que todo esto surgió del hombre. O tendría que ponerlo en duda también. Creo que la infravaloración de la mujer tal vez se haya generalizado de un sentimiento exagerado de protección mal-llevado al confinamiento o clausura social de la mujer.

Las prácticas comentadas anteriormente no se realizarán en nuestra sociedad, pero si existiera una pastillita sin efectos secundarios que redujera el desarrollo de la mujer hasta los veinte años, o más (según los padres), y si además fuera natural ¿la usaríamos? Si la respuesta es sí, y creo que tendría mucho éxito, entonces aún sigue existiendo un sentimiento profundo que nos llevaría a apartar a la mujer de la sociedad, al menos hasta la edad que los demás considerasen oportuna y no cuando de forma espontánea lo deseara la propia mujer. Con esto quiero decir que en las sociedades algo más desarrolladas económicamente, la mujer tiene derechos abalados por ley y cada vez nos dirigimos hacia la igualdad de géneros, pero creo que si esas leyes desapareciesen, volveríamos hacia atrás en muy poco tiempo.

2 comentarios:

Masunodos dijo...

Seguimos siendo animales, con tecnología de Dioses.

Anónimo dijo...

El ser humano y nuestra sociedad son muy complejas. O quizás demasiado simples...