miércoles, 7 de marzo de 2012

Infeliz primer aniversario.

Estamos a punto de cumplir un año desde que sucedieron dos grandes catástrofes que han dejado un gran número de víctimas humanas y una huella irreparable en el medio ambiente. En estos sucesos han intervenido el petróleo y la energía nuclear, las dos fuentes de energía más importantes de las que nos abastecemos actualmente en todo el mundo. Si la producción de la energía tiene costes humanos y ambientales considerables, la destrucción de ella, literalmente hablando, tiene repercusiones inimaginables. El 20 de abril del año pasado murieron once personas en la planta oceánica Deepwater Horizon de la petrolera BP al incendiarse. Se vertieron en las aguas del Golfo de México 4.9 millones de barriles de crudo. No existe medida alguna de cuantificar el impacto ambiental que esto ha causado, causa y estará causando.

También, hace un año, el 11 de marzo un tsunami arrasó la costa este de Japón, 15.854 almas y la central nuclear de Fukushima. Existe un radio de exclusión de 25 Km desde la central pero los habitantes que viven a más de 60 Km de allí sienten la radiación en el aire. El material radiactivo ha contaminado el agua que baña Japón, un país tradicionalmente pesquero tanto en su economía como en sus costumbres culinarias. No cabe duda que ese pescado ha sido sometido a tales radiaciones.

Estos dos sucesos adquieren una importancia simbólica de la huella dañina que va dejando nuestra actividad desenfrenada, la cual requiere de mucha energía. Después de haber colonizado prácticamente el 95% de la superficie terrestre y después de haberla alterado, transformado y contaminado en su mayor parte, ahora el ser humano necesita invadir la masa acuática para explotar sus recursos: proteínas para la alimentación (pescado, marisco, algas…), materiales preciosos (corales, perlas,oro…), energía (petróleo, gas, energía eólica…) y tal vez otros recursos más. Por decirlo de alguna forma, apenas conocemos el océano y ya lo estamos destrozando.

Cualquier recurso descubierto se convierte en un nuevo motivo de conflictos entre países para llegar el primero a la zona (ahora en el Ártico para extraer petróleo), exprimirlo, destrozar el ambiente de los alrededores y luego dejarlo todo perdido en busca de otra fuente de riquezas. Nosotros, la masa popular, estamos generalmente de acuerdo en estos “avances” de la sociedad porque da trabajo, y más ahora. Realmente da trabajo pero no nos da riqueza. Esa riqueza no es para nosotros, sino para esos a los que solemos referirnos como políticos y poderosos, pero que en verdad son unas determinadas personas, con nombres y apellidos, de carne y hueso, pero anónimas e inexistentes a nosotros. Son “estos” quienes les traen sin cuidado el equilibrio natural del planeta. “Ellos” están a salvo, o eso creen.

En unos días en los medios de comunicación rememorarán el primer aniversario de las desgracias comentadas, pero podemos estar seguros que no serán los únicos desastres que asolen tanto la humanidad como nuestro entorno, que al final y al cabo son dos factores íntimamente relacionados.