Hace unos días, en el autobús, escuché
una conversación que entablaba un grupo de cuatro chicos y chicas, supongo que
sobre los dictadores durante la historia.
-
Hace un par de meses… estaba Gadafi. Uno de
Colombia- comentó una de ellos.
-
De Libia- corrigió otro.
La conversación continuó:
-
Pues Hitler hizo lo que hizo porque no se quería
a sí mismo- Remató la primera.
Ya no recuerdo exactamente cómo
continuó, pero tuve la sensación de que cada uno expuso unos datos que
intentaban recordar, lo que les llevó de un lado a otro sin ninguna conexión. A
partir de esto empecé a divagar y a relacionar nuestra forma de comunicarnos y
mantener una conversación actualmente con el uso de Facebook y Twitter como
herramientas para informarnos. Hoy más que nunca tenemos disponible fácilmente una
ingente cantidad de información, pero a pesar de esta capacidad creo que
nuestro acceso a ella se limita generalmente a informarnos a base de titulares.
Nuestro deseo de conocer todo lo
que ocurre y la posibilidad de acceder a la enorme masa informativa, nos puede
llevar a una sensación de impotencia intelectual y al colapso mental fulminando
nuestra capacidad crítica. Esto impide que podamos expresar realmente nuestras
ideas, convirtiéndonos en meros transportadores de titulares de noticieros. De
esta forma seguimos comportándonos como una masa que presume de una falsa de idea
de estar bien informados. La información es necesaria para obtener los datos,
pero estos han de ser contrastados y analizados para que podamos tener nuestra
propia opinión que contrastará con la opinión de los demás. Seguramente no
tengamos razón, ni el resto tampoco, porque aparte de que nos llegue la
información sesgada e incompleta (pero eso es otro tema), no existe una única “verdad”
sino que existen tantas como personas somos. Sin embargo, este ejercicio nos
enriquece como personas y engrandece la sociedad, tan necesario hoy en día para
que no nos lleven al borde del acantilado.
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