El hombre, y hablo como género,
se ha obstinado a lo largo de la historia de eliminar todo aspecto que define a
una mujer, lo que caracteriza a las mujeres, y realmente lo que realmente le
atrae. Como ejemplos más horrendos tenemos la ablación de clítoris y el
planchado de pechos. Este último consiste en presionar con piedras o palos calentados
al fuego sobre los pechos de las adolescentes. En cuanto a la ablación de
clítoris (se me encoje el estómago tan solo pensarlo), se realiza para evitar
que la mujer no sienta deseo en tener relaciones sexuales ni para que las
disfrute, mientras que con el planchado de senos se quiere evitar que estos se
desarrollen y reducir el atractivo sexual de las jóvenes. Tanto en uno como en
otro caso deben subyacer muchos miedos extendidos en estas sociedades del oeste
de África, en Oriente próximo y en menor medida en sur América, aunque los
mismos sentimientos de anulación de la mujer han existido y existen en todas
las partes del mundo.
En casos tan aberrantes debe ser
mayor la vergüenza ante la sociedad de tener una hija soltera embarazada,
violada o no, que el sentimiento de protección al dolor de sus hijas. Debe ser
más la humillación por sentirse “deshonrados” que pensar en las niñas. Aunque
la justificación de realizar tales prácticas, e incluso otras medidas menos
agresivas, sea “el propio bien de la adolescente”, el principal interés que se
esconde es el del propio hombre como tal. Realmente qué es lo que teme. A la
mujer se le ha apartado de todo aspecto social desde siempre, en todas las
culturas, en todas las épocas, incluso en las de mayor esplendor cultural y
político. Ha habido repuntes en los que la mujer ha podido tener algún
privilegio más, pero siempre menor al hombre. Pero con esto no quiero abrir el
debate de siempre, sino que sigo preguntándome cuál es ese miedo.
Llego a pensar (y pensando mal)
que ningún hombre quiere que ni a su mujer ni a su hija la llamen o la
consideren “puta”. Pero el problema es que existe una facilidad asombrosa para
utilizar este calificativo. Si una mujer casada habla con un hombre que no es
su marido. Es una puta. Si la novia de uno se ha enamorado de otro. Menuda
puta. Expresiones como “todas son unas putas”, o “menuda guarra tiene que ser
esa tía en la cama”. Lo peor es que ya no lo piensen los hombres, sino que
también se ha extendido entre las propias mujeres. Porque no es raro escuchar a
mujeres llamar putas a alguna amiga. Y doy por sentado que todo esto surgió del
hombre. O tendría que ponerlo en duda también. Creo que la infravaloración de
la mujer tal vez se haya generalizado de un sentimiento exagerado de protección
mal-llevado al confinamiento o clausura social de la mujer.
Las prácticas comentadas
anteriormente no se realizarán en nuestra sociedad, pero si existiera una
pastillita sin efectos secundarios que redujera el desarrollo de la mujer hasta
los veinte años, o más (según los padres), y si además fuera natural ¿la
usaríamos? Si la respuesta es sí, y creo que tendría mucho éxito, entonces aún
sigue existiendo un sentimiento profundo que nos llevaría a apartar a la mujer
de la sociedad, al menos hasta la edad que los demás considerasen oportuna y no
cuando de forma espontánea lo deseara la propia mujer. Con esto quiero decir
que en las sociedades algo más desarrolladas económicamente, la mujer tiene
derechos abalados por ley y cada vez nos dirigimos hacia la igualdad de
géneros, pero creo que si esas leyes desapareciesen, volveríamos hacia atrás en muy poco tiempo.