Hay situaciones a la que nos enfrentamos diariamente y a las que no le damos importancia alguna por parecer que no compromete en ningún aspecto a la sociedad. Sin embargo existen ciertas situaciones y nuestras respuestas frente a ellas pueden decir mucho sobre las debilidades del ser humano, siempre objeto de interés por muchos. El ejemplo que quiero señalar, y con el que a partir del cual he empezado a divagar y enrevesarlo todo, es el hecho que un mendigo nos pida una limosna. Sobre todo nos podemos encontrar con esta situación en las ciudades, en aquellas zonas con gran afluencia de gente, y en mayor medida durante las navidades han aumentado el número de personas pidiendo dinero, ya sea en la calle o en telemaratones. Ya sea caminando por la acera o parados con el coche en un semáforo hemos tenido que tomar la decisión de dar o no dar limosna a quien nos pide. Las tres respuestas que solemos mostrar son: dar la limosna; mirarle y decir “lo siento”; o seguir adelante. Me interesa pensar qué es lo que hay detrás de cada respuesta.
Cuando damos algo de dinero podemos llegar a sentirnos satisfechos. Nos podemos quedar con la sensación que hemos hecho bien con nuestra acción. Si decides no dar nada, pero le miras para decirle “lo siento” puedes sentir cierta vergüenza, posiblemente algo se haya removido en ti. En cambio, ¿Qué es lo que nos mueve a seguir adelante ignorando a quien nos ha dirigido unas palabras?
No tengo respuestas para poder conocer realmente qué pensamos cuando nos enfrentamos a una persona que seguramente lo haya perdido todo en la vida, y que solamente le quede la calle. Creo que es un tema tabú, y de hecho creo no haber tenido una conversación sobre este asunto. Me preocupa que en el fondo (aunque no lo digamos) deseemos no tener que enfrentarnos a indigentes, a nadie que nos pare en la calle para pedirnos algo, pero sobretodo tememos que nos pidan dinero.
En realidad no creo que se trate de una fobia hacia los mendigos (hobofobia). Creo que es posible que se trate de una fobia a todo aquel que nos pida dinero de una u otra forma (señalo que hablo de forma muy general y que comente ideas más que rebuscadas). También huimos de comerciales que nos asaltan a la salida de algunos centros para que nos hagamos socios de alguna asociación, para que nos cambiemos de compañía de telefonía, para hacernos algún seguro. Rechazamos las llamadas que nos piden unos minutos para una encuesta. Incluso podemos ponernos a la defensiva y desconfiamos cuando un amigo o familiar nos pide una ayuda económica. Leí una vez que el mayor tabú de la sociedad no es hablar de sexo, sino hablar de dinero, del dinero de cada uno. Detrás de esto tememos a perder lo que tenemos, porque somos conscientes que el dinero es tan efímero y volátil como un aroma, y porque el dinero es solamente números. Jamás veremos físicamente el dinero que tenemos ahorrado en el banco. Cualquier objeto preciado que tengamos en casa creo que no temeremos tanto perderlo como el dinero. El objeto que más apreciemos podemos observarlo, utilizarlo, tocarlo. Podemos tener un contacto, una relación más estrecha. El dinero no lo tenemos, inconscientemente sabemos que no nos pertenece, no es palpable y no hay nada tan deseable y con mayor temor a perder que aquello que no se puede alcanzar, aunque sepas que está ahí.
Así, cuando un vagabundo nos pide dinero podemos entender que es una invasión hacia nuestra ilusión de poseer aquello que deseamos. Curiosamente estaríamos más dispuestos a comprarle un pan y un trozo de queso, que sacar la cartera y darle un euro, aunque la segunda opción nos sea más económica.