Desde mediados del siglo anterior se ha estudiado con mucho interés el
metabolismo: procesos de gasto y obtención de energía para inducir los
diferentes procesos celulares con el fin de favorecer la supervivencia celular.
Inicialmente, se desarrollaron experimentos sencillos en los que se
determinaban los productos obtenidos de procesos catabólicos o simplemente las
calorías producidas en las diferentes reacciones químicas. Sin embargo,
experimentos más ambiciosos determinaron que todas estas reacciones metabólicas
que sucedían en los seres vivos podían ser diferentes dependiendo de los
órganos a estudiar. Por ejemplo, se averiguó que el cerebro consume el 20% de todas
las calorías que un humano consume en un día. Además, se confirmó que las
diferencias existentes en el metabolismo entre los diferentes órganos se
mantenían de forma equivalente cuando se comparaban entre especies afines, es
decir los cerebros de los monos y los chimpancés consumen, al igual que en los
humanos, el 20% de las calorías consumidas totales de un día. Sin embargo, esta
regla general no se cumple en dos tejidos específicos de los humanos con
respecto a sus especies evolutivamente más cercanas.
Uno de los tejidos que consume una mayor proporción de energía respecto al
de los chimpancés es el córtex prefrontal del cerebro. Esta región cumple
funciones como reflexionar, la planificación del futuro del individuo y pensar
en lo que pueden estar pensando los demás. Estas complejas funciones requieren
de un elevado consumo de calorías, cosa que no se ha observado de forma tan
marcada en los monos.
Otra de las excepciones es el músculo. El tejido muscular de monos y
chimpancés consume una mayor cantidad de calorías que el músculo de los
humanos, de hecho los primates son mucho más fuertes, a pesar de ser más
pequeños, que los deportistas de élite que participaron en los ensayos. Una de
las conclusiones que se extrajeron de estos resultados fue que posiblemente la
vida sedentaria a la que nos hemos adaptado haya mermado nuestra masa muscular.
Por ello, sometieron a monos y chimpancés a una dieta baja en carbohidratos. Al
cabo del tiempo, los primates volvieron a mostrar su sorprendente fuerza, por lo
que el menor metabolismo del tejido muscular de los humanos no debe de ser
consecuencia de una adaptación a hábitos recientes sino a un proceso evolutivo
a lo largo de cientos de miles de años.
El Dr. Khaitovich concluyó que los homínidos sacrificaron su capacidad
muscular a favor del desarrollo de un mayor cerebro, concretamente la zona del
córtex prefrontal. Sin embargo, otra teoría la postula el Dr. Daniel E.
Lieberman (Universidad de Harvard) que cree que no ha existido necesariamente un
sacrificio de un tejido a favor de otro, sino que posiblemente la musculatura
que hoy tenemos es el resultado de una adaptación a la resistencia a raíz de
que nuestros ancestros se vieron obligados a caminar largas distancias y a
correr frecuentemente para proveerse de mayores cantidades de alimentos y así
suministrar más energía al cada vez más desarrollado cerebro humano.
Fuente: www.nytimes.com/2014/05/28/science/stronger-brains-weaker-bodies.html?ref=science